Terapia en la Infancia y Adolescencia

Centro de Psicología Multidisciplinar

La intervención psicológica en la infancia es un ámbito de creciente interés asistencial. Hoy en día no es aceptable minimizar los problemas de los niños y tratarlos como si fueran adultos, sino que se impone la necesidad de abordar los problemas infantiles dentro de un marco evolutivo y multidimensional en el que, además de la edad y características del niño, se tengan en cuenta la singularidad de cada uno de los contextos en los que se desarrollan las experiencias infantiles.

Desde nuestro centro abordamos la intervención terapéutica de los problemas y trastornos infantiles teniendo en cuenta el nivel de desarrollo de los menores y las diferencias interindividuales que existen entre ellos y promoviendo el bienestar en el ámbito personal, familiar y escolar. Partiendo siempre de la forma única que tiene cada niño o niña de vivir su experiencia hacemos uso de las distintas modalidades de tratamientos infantiles desde la terapia de conducta hasta los modelos narrativos. El eje siempre será la unicidad de cada niño o niña y es desde él o ella en el que se abordarán las dificultades.

Los diferentes problemas que abordamos en la infancia y adolescencia van desde trastornos concretos como puede ser el TDAH, Autismo, Asperger, Trastornos negativistas, etc, hasta otros problemas de índole más personal, emocional y/o relacional como puede ser autoestima, dificultades sociales, pensamientos disruptivos, miedos, identidad y autolesiones, entre otros.

A continuación, exponemos algunos de las dificultades que abordamos en la infancia y adolescencia:

Las familias están cada vez más sensibilizadas acerca de los problemas de conducta en los niños y niñas, el fracaso escolar, el comportamiento agresivo, los problemas de alimentación, de aprendizaje, baja autoestima, etc.

Las posibles desadaptaciones que podamos encontrar en el comportamiento infantil suelen estar enraizadas en el desarrollo normal del menor, el cual puede emitir diversas conductas perturbadoras en distintas etapas de su crecimiento, que deben ser corregidas reforzando a su vez el desarrollo de habilidades y competencias personales.

Conocerse a sí mismo, aceptar sus fortalezas y debilidades, identificar y manejar las emociones, establecer relaciones saludables con las personas, saber resolver los problemas, tener un proyecto de vida alcanzable, etc, son fortalezas que contribuyen al bienestar de los menores y favorecen la adaptación del niño o niña a su entorno.

El Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) es reconocido como una de las alteraciones psicológicas más frecuentes en la infancia y la adolescencia.

Aparece en los primeros años de la infancia y se caracteriza por la presencia de tres síntomas fundamentales: el déficit de atención, la impulsividad y la hiperactividad. En los primeros años la hiperactividad y la inatención son los síntomas prioritarios, pero a medida que se llega a la adolescencia, la hiperactividad decrece, la inatención se mantiene y aumenta las conductas de impulsividad.

Dependiendo de la intensidad en que se presenten los indicadores característicos, el TDAH puede dividirse en tres subtipos:

Tipo inatento: Predomina el problema atencional. Son niños y niñas con una exagerada facilidad para despistarse y con dificultades para centrarse en las tareas académicas.

Tipo impulsivo-hiperactivo: Son niños y niñas en los que predominan las conductas impulsivas y de hiperactividad. La impulsividad hace que el niño o niña emita respuestas o conductas precipitadas. La hiperactividad se refleja por la inquietud motora en momentos en que deben permanecer quietos. Presentan más problemas de conducta que los del tipo inatento.

Tipo combinado: Cuando aparecen más o menos por igual la inatención, impulsividad e hiperactividad.

Se trata de un trastorno con múltiples facetas ya que además de las características básicas que definen al trastorno, es frecuente la aparición de otras características o problemas asociados.

Además de las dificultades que sufre el propio niño o niña, el TDAH repercute directamente en la familia y en la escuela. De este modo, el sentimiento de fracaso de los padres y profesores en la consecución de objetivos con los niños con TDAH genera en éstos un déficit de autoestima y un agravamiento de sus conductas.

Por tanto el TDAH más que un conjunto de síntomas, supone un problema global en la vida del menor que repercute en su rendimiento académico, afecta a sus juegos e influye en sus relaciones familiares.

El Trastorno del Espectro Autista (TEA) es un trastorno del neurodesarrollo que suele diagnosticarse en la primera infancia. Las conductas que más están afectadas son aquellas que están involucradas en el comportamiento, la comunicación, y las interacciones sociales.

A grandes rasgos, podemos detectar las siguientes dificultades:

  • Alteración de la comunicación verbal y no verbal: Retraso en el lenguaje, uso de gestos para comunicarse, lenguaje peculiar en expresión y tono de voz, dificultad para comprender el lenguaje corporal de los demás o la intencionalidad con la comunicación, uso de ecolalias, expresiones faciales incongruentes.
  • Afectación en la interacción social: Escaso interés en el otro, dificultad para mantener el contacto visual, dificultad para entender las expresiones faciales y gestos de los demás, dificultades para regular las emociones.
  • Conductas repetitivas e intereses y restrictivos: movimientos estereotipados, respuestas inusuales a estímulos sensoriales, rango restringido de juegos y actividades, fijación a rutinas y hábitos, intereses diferentes y dedicación exagerada a éstos.
  • Habilidades o capacidades peculiares en algunas áreas.

Hasta ahora se desconoce la causa principal para los diagnósticos de TEA, pero las investigaciones sí confirman que tiene diversos factores genéticos y del entorno.

A pesar de los ejes centrales del diagnóstico, el espectro es tan amplio que pueden aparecer diversas características y habilidades que hace que cada individuo lo manifieste de una forma única.

Debido a esta unicidad se requiere que el tratamiento sea abordado no sólo desde el propio diagnósticos, sino desde la individualidad de cada menor, de los contextos en los que se desenvuelve y de la etapa evolutiva en que se encuentre.

Los principales tratamientos para el TEA incluyen Terapia conductual para mejorar las habilidades emocionales y sociales y reducir comportamientos no adaptativos, Terapia del lenguaje para mejorar la comunicación verbal y no verbal, Terapia Ocupacional para desarrollar la integración sensorial y motricidad.

El trastorno negativista desafiante se caracteriza por un patrón recurrente de comportamiento negativista, desafiante, desobediente y hostil, dirigido a las figuras de autoridad y con una frecuencia e intensidad de los síntomas mayor a la que cabría esperar para un sujeto de la misma edad.

Presenta síntomas tales como, por ejemplo, oposición activa a las peticiones o reglas de los adultos, tendencia a molestar deliberadamente a otras personas, sentimientos de enfado, resentimiento, irritación y enojo con aquellas personas a las que suelen culpar de sus propios errores o dificultades y baja tolerancia a la frustración, que suelen desencadenar en rabietas y enfrentamientos. Por lo general se comportan con niveles excesivos de grosería, falta de colaboración y resistencia a la autoridad.

El trastorno se manifiesta casi invariablemente en el ambiente familiar, pudiendo no aparecer en otros contextos, aunque tiende a generalizarse. Preferentemente esas alteraciones de conducta aparecen con las personas con las que el niño o niña tiene confianza, generando como consecuencia un deterioro en las relaciones familiares y/o sociales.

El tratamiento psicológico de los trastornos del comportamiento (Trastorno negativista desafiante y Trastorno Disocial) se diseñará incidiendo sobre los aspectos individuales, familiares y sociales del menor, con el fin de eliminar la sintomatología manifiesta, disminuir la influencia que ejercen los factores de riesgo que contribuyen a mantener o aumentar el problema, y potenciar los factores de protección que permiten paliar o prevenir la aparición de problemas.

El trastorno disocial se caracteriza por un patrón de comportamiento persistente y repetitivo en el que se violan los derechos básicos de los otros o importantes normas sociales propias de la edad del sujeto, manifestándose en conductas tales como agresión a personas o animales, destrucción de la propiedad, robos o actos fraudulentos y violaciones graves de las normas y causando un deterioro significativo en la vida de ese menor.

Las personas afectadas por este trastorno presentan muy pequeño grado de empatía, sin preocuparse por los sentimientos y el bienestar de los demás. Tienden a percibir las intenciones de los demás como agresivas y hostiles, respondiendo a su vez de forma agresiva. Se muestran insensibles y carentes de sentimientos de culpa y remordimientos. La autoestima suele ser baja y aunque tiendan a dar una imagen de «dureza», suelen manifestar una baja tolerancia a la frustración, arrebatos emocionales e imprudencia.

El tratamiento psicológico de los trastornos del comportamiento (Trastorno negativista desafiante y Trastorno Disocial) se diseñará basándose en la evaluación realizada, incidiendo sobre los aspectos individuales, familiares y sociales del paciente, con el fin de eliminar la sintomatología manifiesta, disminuir la influencia que ejercen los factores de riesgo que contribuyen a mantener o aumentar el problema, y potenciar los factores de protección que permiten paliar o prevenir la aparición de problemas.

La ansiedad se considera una emoción propia de todas las personas, pero en ocasiones la ansiedad alcanza una intensidad demasiado elevada o aparece en situaciones donde no hay motivo de alarma real provocando un gran malestar. Los niños y adolescentes, al igual que los adultos, pueden manifestar un trastorno de ansiedad que les repercute en el ámbito social, escolar, personal y familiar.

Algunos de estos trastornos son: la ansiedad por separación, ansiedad generalizada, trastorno de pánico, trastorno obsesivo-compulsivo y trastorno de estrés postraumático.

Trastorno de ansiedad por separación: La ansiedad ante la separación de los padres o de las figuras de apego es muy frecuente en la infancia. Durante la infancia temprana, el temor ante la ausencia de las personas ligadas afectivamente al niño supone un mecanismo de protección frente a los peligros del entorno. Sin embargo, si la ansiedad es desproporcionada o supera a lo esperado para el desarrollo evolutivo del niño o niña, puede constituir un trastorno psicológico.

Se manifiesta por una ansiedad elevada ante la separación de las figuras de apego o ante la anticipación de éstas. Además, se acompaña de otros síntomas como malestar excesivo, quejas somáticas, preocupación persistente, negativa a ir al colegio, a estar solo, a dormir si no está acompañado, etc.

Trastorno de ansiedad generalizada: El trastorno por ansiedad excesiva, se caracteriza porque el miedo no se produce ante situaciones específicas (ya sea un objeto o acontecimiento) sino ante múltiples situaciones, es decir es generalizada.

Se puede considerar como una forma crónica de ansiedad, de tipo predominantemente cognitivo y de naturaleza incontrolable con manifestaciones de ansiedad y preocupación excesiva en una gran diversidad de situaciones. La impaciencia, hábitos nerviosos, fatiga, dificultad para concentrarse, irritabilidad, alteraciones del sueño, síntomas somáticos o la tensión muscular son algunos de los síntomas que suelen acompañar al trastorno.

Trastorno de pánico: El trastorno de pánico se caracteriza la aparición de un miedo o malestar intenso de inicio brusco y que llega a su máxima intensidad rápidamente (en los primaros diez minutos) para disminuir luego gradualmente, siendo algunos de los síntomas más característicos los siguientes: palpitaciones, sudoración, temblores, sensación de ahogo falta de aire, sensación de atragantarse, sensación de opresión en el pecho, náuseas, marea o desmayos, parestesias, escalofríos o sofocos, sensación de irrealidad, miedo a perder el control, miedo a morir.

Trastorno obsesivo-compulsivo: El trastorno obsesivo-compulsivo se caracteriza por la presencia de obsesiones y/o compulsiones recurrentes que interfieren de forma significativa en la vida de la persona. Una obsesión es un pensamiento, imagen o sensación que se repite frecuentemente; una compulsión es una conducta repetitiva que la persona siente la necesidad de realizar como respuesta a una obsesión, reduciendo su ansiedad al llevarla a cabo.

Puede presentar manifestaciones muy variadas, desde compulsiones de limpieza o lavado, hasta de comprobación, orden, repetición, acumulación, comprobación mental, etc.

Durante la infancia es común realizar conductas rituales que varían con la edad, como por ejemplo en la comida, el baño, o al jugar. Sin embargo, en ocasiones los rituales dejan de ser normales y constituyen un trastorno con obsesiones y compulsiones que afectan a las actividades diarias del niño o niña, ocupando una mayor parte de su tiempo.

El sentirse triste, apenado o abatido es una de las condiciones de malestar psicológico más frecuentes en los seres humanos, y los niños y niñas no son ajenos a este sentimiento normal. En la infancia y la adolescencia se producen muchas variaciones del estado de ánimo y es habitual la presencia de tristeza, sentimientos de culpabilidad y expresiones de irritabilidad y oposición. Por ello, para diferenciar lo que podría considerarse «normal» de aquello que consideraríamos síntomas de «depresión» hay que valorar la frecuencia, intensidad y duración de determinados comportamientos, en relación con el funcionamiento habitual del niño o adolescente. La depresión infantil puede definirse como una situación afectiva de tristeza mayor en intensidad y duración que ocurre en un niño o niña y que conlleva síntomas característicos como tristeza, irritabilidad, pérdida del placer, llanto fácil, falta de sentido del humor, baja autoestima, sentimiento de no ser querido y aislamiento social, entre otros.

El miedo se considera una reacción normal, básica y constante en el desarrollo y funcionamiento humano, con un valor funcional y adaptativo. Los miedos de la infancia están relacionados con la etapa evolutiva, por lo que resulta habitual encontrar ciertos miedos en determinadas edades. Estos miedos no interfieren con el funcionamiento habitual del menor y juegan un papel importante ya que dotan al niño o niña de habilidades para hacer frente a situaciones vitales estresantes.

Los miedos requieren de tratamiento psicológico cuando perduran en el tiempo y tienen una naturaleza clínica y fóbica, en cuyo caso los menores experimentan un gran malestar en presencia de los estímulos provocando en ellos una respuesta desadaptada y no se corresponde a la edad del menor. A pesar de que el estímulo fóbico es inofensivo y no constituya una amenaza objetiva, el niño o niña reacciona del mismo modo que en situaciones de peligro, causándole malestar y emitiendo respuestas desproporcionadas de preocupación, temblores, náuseas, mareos, gritos, llantos o rabietas, y conductas de evitación.

Los trastornos por tics o hábitos nerviosos son conductas relativamente frecuentes en la infancia y adolescencia, que van variando en frecuencia e intensidad con el tiempo.

Son movimientos involuntarios y repetitivos como por ejemplo parpadear, muecas faciales, arrugar la nariz, torcer el cuello, aclarar la garganta, soplar, olisquear, gesticular con las manos, pisar frecuentemente contra el suelo, repetir los propios sonidos o palabras, etc.

Estos movimientos involuntarios son reacciones aprendidas que le ayudan a liberar la tensión muscular en situaciones que producen ansiedad o irritabilidad en el niño o niña y que disminuyen al realizar actividades relajantes.

Estos niños y niñas pueden ser estigmatizados, insultados, burlados, rechazados por sus compañeros de clase, presionados por su familia y profesores para no realizar los tics, etc. Esto unido a la imposibilidad de controlar los tics o hábitos nerviosos, pueden dificultar tanto la adaptación psicosocial del menor, como su desarrollo académico y emocional.

Los problemas relacionados con la alimentación en la infancia alcanzan una amplia variedad de conductas que van desde negarse a comer, comer sólo algún tipo de alimentos o forma de preparación, rechazar alimentos sólidos, formación de «bolos» tras la masticación, dificultad para tragar, escupir alimentos que no le gustan, comer demasiado lento o demasiado rápido, vomitar después de comer, etc, hasta aquellos problemas más graves relativos a la cantidad de comida ingerida como son la anorexia y bulimia.

Anorexia nerviosa: Trastorno que consiste en una pérdida de peso derivada de un intenso temor a la obesidad. Los rasgos clínicos que presenta la anorexia incluyen pérdida de peso, evitación de la alimentación, preocupación por el peso y las calorías, sentimiento de culpa por haber comido, miedo a engordar, exceso de ejercicio, vómito autoinducido y abuso de laxantes. Además se identifican rasgos relacionados con un exceso de responsabilidad en el colegio, autoexigencia personal, perfeccionismo, siendo también frecuentes la ansiedad y la depresión. Los niños y niñas suelen manifestar también síntomas físicos como nauseas, dolor abdominal, sensación de estar llenos, o ser incapaces de tragar.

Bulimia nerviosa: Trastorno en el cual, la persona que lo padece, después de realizar una ingesta masivas de alimentos en un corto perdido de tiempo, siente culpabilidad y miedo a engordar, y pretende controlar su peso provocándose el vómito o utilizando laxantes o diuréticos. Al vomitar ya no siente malestar ni el miedo a engordar, lo que le habilita a comer nuevamente. Es habitual también que a las comidas compulsivas le sigan etapas donde el paciente se niegue a comer o realice ayunos.

La mayoría de los niños y niñas presentan en alguna época alguna dificultad para dormir, siendo los trastornos del sueño muy frecuentes en la infancia. Estos trastornos se clasifican en dos grandes categorías:

Disomnias: Agrupa los trastornos de la cantidad, calidad y horario del sueño. Se incluyen aquí los trastornos relacionados con el inicio y el mantenimiento del sueño como el insomnio, y los trastornos por sueño excesivo como la narcolepsia y apnea.

Parasomnias: Se caracterizan por fenómenos que pueden interrumpir el sueño. Se incluyen los problemas relacionados con el despertar como son los terrores nocturnos y el sonambulismo, y las asociaciones asociadas al sueño paradójico como son las pesadillas.

Los trastornos del aprendizaje constituyen un conjunto de problemas que interfieren significativamente en el rendimiento escolar del menor dificultando un desarrollo académico adecuado. Los trastornos más habituales son:

Dislexia: trastornos de la lectura que se caracteriza por un deterioro para reconocer las palabras, lectura lenta e insegura y escasa comprensión.

Disgrafía: trastorno de la escritura donde los niños y niñas cometen errores gramaticales en las oraciones verbales o escritas, mala organización de los párrafos, escritura lenta y con letras irregulares, dificultades para coger el lápiz y ejercer la presión adecuada para escribir.

Discalculia: trastorno del cálculo que afecta al aprendizaje de los conocimientos aritméticos básicos como las sumas, restas, divisiones y multiplicaciones.

En general los niños y niñas con estos problemas suelen tener dificultades en todas las áreas del aprendizaje escolar, pero su mayor alteración se produce en las tareas básicas de lectura, escritura y cálculo. Hay una discrepancia por lo tanto entre sus capacidades y su rendimiento en este tipo de tareas.

Estos trastornos son aquellos que se refieren al control de los esfínteres tanto de día como de noche. Lo normal es que el control comience a ser entrenado sobre los 18 meses y se acabe adquiriendo entre los 3 y 5 años de edad. Pasados estos momentos evolutivos la falta de control urinario (enuresis) o fecal (encopresis) se considera problemático.

La enuresis es la emisión de orina en lugares inadecuados de forma involuntaria o intencionada, durante el día o la noche, en niños y niñas mayores de 5 años, edad en la que se supone que el menor ya debería haber adquirido el control urinario.

La encopresis consiste en la evacuación repetida de heces en lugares inadecuados, de forma involuntaria o intencionada, en forma de estreñimiento o incontinencia por rebosamiento, en niños mayores de 4 años. Es un trastorno que normalmente ocurre durante el día (frente a la enuresis donde lo más frecuente es que sea un problema que aparezca por la noche).